Soy la más chica de una familia de lectores; libros, diarios y revistas nunca faltaron en mi casa, junto con la radio que se encendía bien temprano a la mañana. En mi infancia en el campo, mi mamá tenía algunos remedios eficaces contra el aburrimiento (y probados con dos hermanas mayores): lápices o crayones, masa de sal, cajitas de cartón convertidas en casitas y libros de cuentos; distintas formas de contar historias.
Cuando aprendí a leer ya era lectora, pero la independencia me gustó mucho más: podía leer todo lo que quisiera y cuando quisiera, y desde entonces lo sigo haciendo.
Por todo esto empecé Letras en la Facultad de Humanidades de la UNMdP y llegué a la docencia. En Jitanjáfora encontré un lugar de aprendizaje, en el que el amor por la literatura se convierte en acción: compartir con los demás lo que más nos gusta, para que nadie se quede afuera.